Trabajo social para facilitar la libertad



Cuando pienso en una imágen de libertad me viene a la cabeza, de forma bastante inmediata, la imagen de una caballo que corre por la playa por donde le place.

Sin embargo, cuando se habla de caballos criados en libertad, en la naturaleza, en muchos casos, se está hablando de caballos controlados en la distancia por el hombre, que sabe dónde están, y que va a ir a por ellos en el momento en el que los quiera domesticar, vender... Esos caballos tienen un amo en la distancia, lo mismo que los toros de lidia, que viven en libertad, en las grandes dehesas, hasta que su verdadero propietario viene a por ellos.

Por eso la liberación de las cadenas no garantiza la libertad, lo que garantiza la libertad es la inexistencia de un dueño, de un Señor que rija los destinos, que pueda modificar lo que verdaderamente quieres hacer. Libertad es, por lo tanto, autonomía y desarrollo de esta capacidad.

Esta idea no es nueva, en absoluto, es antiquísima, los clásicos griegos y latinos entendían que el libre era el no esclavo, el que no tenía Señor que lo gobernara. Sin ir más lejos, el republicano Cicerón, venía a afirmarlo de diferentes maneras que se pueden resumir en la frase: La libertad no consiste en tener un buen amo sino en no tenerlo.

Obviamente no es esta la única dimensión del valor de la libertad, pero en esta entrada nos quedamos aquí. Viene al caso esta reflexión previa por los contenidos de la entrada relativa al programa "Entre todos", un texto en el que una de las cosas que criticaba al programa es que no facilitaba con su forma de intervenir en la vida de las personas, el desarrollo de su autonomía, que generaba personas dependientes porque no crea un proceso de ayuda, de intervención.

Ayer tuve una interesante conversación con una compañera, trabajadora social, sobre nuestra forma de trabajar, de acercarnos a las personas con las que establecemos una relación de ayuda, coincidíamos en que nuestra profesión, desde su origen, tiene claro que debe intervenir generando la autonomía de las personas con las que intervenimos, respetando, por lo tanto, su libertad, lo que implica también intervenir sin un juicio previo de las personas y sin tener previsto, de una forma prejuiciada lo que queremos hacer o conseguir. No somos el que enseña o el que determina sino el que facilita, el que acompaña, el que posibilita, el que interroga, no el que determina, de forma directiva, lo que es conveniente para las personas. Sin embargo, a menudo, en la práctica diaria, acabamos entregando "recetas" a diestro y siniestro, a veces obligados por las circunstancias, a veces porque no nos atrevemos a hacer otra cosa: en ocasiones pasotas, en otras salvadores...

Por eso una pregunta que creo que debemos hacernos es: ¿Nos convertimos con nuestra intervención en Señores de las personas a las que queremos ayudar? Posiblemente en la respuesta a esta pregunta encontraremos una de las características que diferencia la intervención profesional, que entiendo vinculada a los valores del Bienestar Social, de las intervenciones de la Caridad o la Beneficencia.

Desde mi punto de vista, tanto la intervención profesional como el conjunto de la organización del Sistema de Servicos Sociales, si quiere construir una sociedad más justa, debe fundamentarse en los tres grandes valores republicanos: igualdad, libertad, fraternidad. Respetarlos es indagar en sus contenidos y en las consecuencias que estos tienen para nuestra acción y la organización que creamos para sustentarla. Por eso esta reflexión y otras que la continuarán.

Advertencia final:
Entiendo que esta reflexión es parcial, que necesita complementarse con otras reflexiones, con otras dimensiones del valor de la libertad y del resto de valores que menciono, un tema al que estoy dándole vueltas y que me gustaría compartir con tod@s, solicitándoos que si lo deseáis me sugiráis otros puntos de vista, lecturas. Mi intención es seguir dándole vueltas al tema y escribir lo que me vaya rondando, una reflexión vinculada al mito del Laberinto porque ese mitologema, esa imagen arquetípica de nuestra cultura no es otra cosa que un símbolo de lo que nos encarcela, lo que nos aprisiona, un misterio que debemos vencer para quedarnos ahí paralizados o salir más libres de la experiencia..

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